Los peligros de un Leonard Cohen feo

Un día me dí cuenta de que me seguía un tipo y me metí en una casa de quinielas. Bueno, la verdad es que no me seguían a mí, fue a un amigo, pero éste me lo contó. Prefiero explicarlo tal y como fue. Yo ya tengo bastante con lo mío, porque la verdad es que no es muy creíble la historia, y uno ya tiene la fama de inventarse cosas.

El caso es que hay dos, uno parece que sigue al otro y el perseguido se mete en la tienda de loterías esperando dar esquinazo al que le persigue. Hace la quiniela y la sella; ya puestos. En la calle, apoyado en un coche, un señor de unos 60 años parece esperar a alguien, con el coxis hacia delante, a lo torero, y las manos en los bolsillos. Aquel era el que le estaba tocando las pelotas a mi amigo. Una especie de Leonard Cohen pero en feo. O eso me contó mi amigo, pero con lo poco que sabe de música, vete a saber si no se refería a Johnny Cash o alguno por el estilo, porque tenerle miedo a Leonard Cohen es de cobardón que no veas- eso no se lo dije, claro-. Estamos en que el Cohen feo seguía con lo suyo, a metro y medio de mi amigo, girando a la derecha cuando el giraba, acelerando el paso cuando éste lo hacía y parándose a mirar los mismos escaparates en los que se detenía mi amigo.

¡Ah!, lo olvidaba, mi colega se llama Bruno, o se llamaba. Antes de conocerle pensaba que todos los que se llamaban Bruno eran tipos duros a los que les gustaba mandar, machos alfa vamos, pero te juro que si lo hubieras conocido habrías pensado que este tío no se podía llamar Bruno. Alguno de mis antiguos profes habrían dicho ahora aquello de la excepción que confirma la regla, pero no lo voy a decir yo, porque es una frase que siempre he pensado que debería ir acompañada de una buena hostia. Lo mismo me pasa con muchas otras, como con macho alfa.

Sigo, que me pierdo. A todo esto, Bruno no tenía suficientes agallas para girarse y preguntarle al Cohen feo o Cash feo que qué coño quería, así que se le ocurrió empezar a seguir a otro tío. Un pardillo, según me dijo. Hace gracia cuando un pardillo como Bruno habla de otros como él como si no fuera con él la cosa. Eran tres y al poco rato ya eran 10 y aquello parecía que no tenía fin. Cuando Bruno me escribió aquel What’s App eterno eran unos 30 borregos sin rumbo alguno. El mensaje era para explicarme todo y para avisarme de que no saliera a la calle. En breve serían un gusano humano tan grande como la Diagonal de Barcelona. Tenía miedo de que me captaran a mí también. Menudo imbécil, pensé, ¡a mí me van a pillar! Luego me pareció todo tan raro que creí que era una mentira, pero no me cuadraba, el que se inventaba cosas era yo. Lo cierto es que de esto hace 10 días y no sé nada de él. Aún le tengo que contestar su What’s App. Quizá mañana. 

Gorka Ellakuría

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